viernes, 29 de abril de 2011

Ahí vamos


"...quien forma se forma y re-forma al formar y quien es formado se forma y forma al ser formado".
P. Freire.

Ojalá así sea.

jueves, 28 de abril de 2011

Verde manzana

Y cuando dije con naturalidad “porque me gusta el color”, yo, la chica blanco y negro, se sorprendió de sí misma y de su nueva perspectiva.

martes, 12 de abril de 2011

Hoy es un día que...

... suena a tímidas lecturas en voz alta, a insultos, a timbres de recreo, a locura y al tránsito de cosas que ya pasan.

"Cuando el uniforme generaba frenesí...
Cuando la bandera idolatrada...
Cuando la Fernández se peinaba el peluquín...
Cuando no creíamos en nada..."

F. Páez

sábado, 9 de abril de 2011

Por qué cuesta tanto El globo de Isol

La estética de la tapa es hermosa: cuadrada; dura; en aguamarina, naranja y coral; una letra infantil escribe el nombre del cuento y el de la autora; y un trazo como de crayón lleva adelante el dibujo, central: la niña, intrigada, extrañada, atenta. Y el globo, inmenso y rojo.
El año pasado, en un congreso de literatura realizado en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, Isol participó de una mesa que tenía su debate en la literatura infantil. Ahí se habló un poco de lo difícil que resulta El globo. Difícil, su circulación en el ámbito educativo, en la lectura hogareña. Es un libro que no logra llegar sin culpas, con coraje, a lecturas habituales.
La primera vez que leí este cuento, recuerdo muy bien, fue una sorpresa total. Estaba participando de un taller de promoción de la lectura para trabajo con niñas y con niños. Teníamos que elegir un libro casi espontáneamente, casi al azar. Había miles, todos sobre un paño, encimados, y yo, seguramente, entre el apuro y por lo agradable de la tapa, lo elegí a él. Leí el título, leí el nombre de la autora –¿o era un hombre?-, nada: no conocía ni a uno ni al otro. Me arriesgué, como todos.
Lo leí. Lo releí –es muy breve-. Lo hojeé. Lo volví a hojear, detenidamente: volví a disfrutar los colores, vi con letargo los dibujos, volví a leer la letra. Y pensé: “Uau, ¿cómo se hace para leerle algo así a un chico?”, quedé muy sorprendida, abrumada. Y enseguida me dije, creyendo descubrir su secreto: “¡Esto no es para chicos, esto es para grandes!”.
Era la primera vez que leía algo tan arriesgado para el público infantil. Y, aturdimiento de por medio, me alegraba.
Sin embargo, cómo se le leía algo así a un chico.
Como lectora de literatura infantil y como hija, arriesgo.
Con juego. Con desinhibición. Con ganas.
Creo que hay que resignar un poco el personaje solemne que como sociedad construímos en torno a la figura de la madre o del padre, esa cosa erudita y noble que se supone que una madre o un padre debe ser.
Los papis y las mamis son humanos y, por supuesto y sobre todo, se equivocan. Por lo tanto, a veces, sí, hacen las cosas mal. Y tienen que bancársela. Con autocrítica. Con predisposición al cambio. A la superación del error, en serio. A la búsqueda del cómo.
Los papis, las mamis y todos.
Cuando Camila desea que su madre –gritona, intolerante, de seño fruncido, hasta medio amarga- se desaparezca y ésta, efectivamente y al fin, se desaparece dejando en su lugar a un enorme globo rojo, hay que bancarse el desafío: y sí, tal vez, alguien quiera que me desaparezca de su vida, ¿por qué no? Así: fuerte. Chocante. Insoportable. Pero así. Porque, entonces, hay que construir, pensar, trabajar el cómo quedarse. Quedarse ahí, llevando adelante el vínculo que sea: no importa si se trata de una madre gritona, de un hermano egoísta, de una amiga ausente.
Creo que desde ahí, desde el lugar de lo incompleto, de lo que, en realidad, no se sabe, hay que leer este cuento. Nadie nace sabiendo cómo ser nada y hay que permitirse esa ignorancia.
Hay que leerlo con el desafío que implica encarar un tema tan profundo como lo son nuestras fallas y sus efectos en los otros; los errores cometidos y, aún, los posibles, los que no existen, los que aún no cometimos.
Por lo demás no somos una sociedad dispuesta a replantearnos tanto, digo: tantos niveles de cosas, tantas cosas.
Por eso, quizás, la lectura de El globo cueste, se nos retobe, se niegue a darse en paz, con plenitud.
Sin embargo, ¿y si nos relajamos un poco?, ¿y si nos dejamos llevar con la espontaneidad de los niños que desean y hacen sin más vueltas?

¿Cuánto dura la infancia?