domingo, 16 de agosto de 2009

El derecho del otro

“El derecho del otro termina donde comienza el mío. Por qué, entonces, el corte de rutas y caminos. Por qué no poder cruzar el puente cuándo y cómo deseo”.
“Por qué si Macri les ofrece la posibilidad de realizar los cortes sin la amenaza de represión, pero siempre y cuando pidan permiso, ellos dicen que no”.
“Cosas que pasan en este país, solamente”.

El derecho del otro termina cuando se interpone el mío, cuando en esa continuación ahora estoy yo. Pero entonces, cómo es: quién sufre un empacho de derechos o quién déficit de ellos. Porque pareciera que hay gente que posee derechos y hay otra que no. Pareciera que si bien, todos somos iguales, no todos, finalmente, podemos llevar a la realidad nuestros derechos, ejecutarlos; no todos poseemos las mismas oportunidades de desarrollarlos.
Si alguien las tiene, todos los demás debieran poder tenerlas. Ahora bien, si, por el contrario, alguien no puede poseerlas, entonces nadie debiera.
Si hay gente que puede alimentarse, tener una casa, trabajar y estudiar, ¿por qué otros no tienen esas mismas cosas? ¿Y por qué, entonces, esas mismas personas no tienen ni siquiera la libertad de exponerse cortando un camino? ¿En qué momento mi derecho a cruzar el puente o la avenida es más importante que el de comer o leer? ¿O, por otra parte, quién define qué derecho es más importante que el otro? ¿Qué derecho sí puede desarrollarse y cuál no?
Entonces, si yo pongo límites a la capacidad de cada uno de materializar sus derechos, de desplegarlos, si el derecho del otro termina donde comienza el mío, ¿en qué momento todos mis derechos desarrollados invadieron el espacio ajeno?
Por otra parte, espacio azaroso, porque nada es más accidental que la coordenada espacio-tiempo en donde algunos sí pueden materializar sus derechos, simplemente por haber nacido en lugares y momentos más oportunos, más benévolos, menos desafortunados. Espacios amistosos, contenedores, cálidos. Espacios receptores, democráticos, nutritivos.
¿Quién dejaría la casa donde vive, para trasladar su hogar a la calle? ¿Quién elegiría no bañarse, sabiendo lo agradable que es? ¿Quién, si alguna vez supo hacerlo, dejaría de escribir una nota amable a alguien? ¿Quién no aceptaría una actividad laboral que le diera estabilidad, seguridad?
Si nos hiciéramos preguntas como estas regularmente, nos ayudaría a reflexionar acerca de la situación de muchos extraños expulsados, periféricos (pero que cada vez están más hacia “acá”, más cerca; y que cada vez son más), que algunos insisten en considerarlos responsables únicos y reincidentes testarudos de su propia situación.
Lo bueno como lo malo, los logros como los fracasos, son producciones de nuestras vidas. Nuestras vidas, causa y consecuencia de la sociedad que las contiene. Si además, entonces, la coordenada espacio-tiempo es accidental, lo periférico y el centro, no son esencias distintas. Son la misma cosa, con forma opuesta. Por qué será entonces, que nos cuesta tanto hacernos cargo de esa otra parte propia. ¿Qué es lo que nos molesta de no poder cruzar el puente?

1 comentario:

Antropóloga Happy dijo...

y como se hace para cambiar una sociedad de millones de personas?